Granado el oro, está la espiga, al día claro, encendiendo en la luz su apretado tesoro; pero se pone triste, y, en un orgullo avaro, derrama por la tierra, descontenta, su oro.
De nuevo se abre el grano rico en la sombra amiga -cuna y tumba, almo trueque- de la tierra mojada, para surjir de nuevo, en otra bella espiga más redonda, más firme, más alta y más dorada.
Y... ¡otra vez a la tierra! ¡Anhelo inestinguible, ante la norma única de la espiga perfecta, de una suprema forma, que eleve a lo imposible el alma, ¡oh poesía!, infinita, áurea, recta! |
|
Poemas agrestes (1910-1911)
|
|
No hay comentarios:
Publicar un comentario